martes, 4 de agosto de 2015

VIVIR EN LAS NUBES


Vivir en las nubes es algo que no se lleva, que no vende, por lo tanto, no interesa.


Esta nuestra sociedad actual, la avanzada del siglo XXI en la que todo es comercio, ese lenguaje universal que a todos llega, está inundada por el consumismo más absoluto e irresponsable, por la competitividad más despiadada y del progreso desmedido a costa de lo que sea. Por todo ello, las actividades que aparentemente no reportan un beneficio material inmediato son desechadas como todo, como la mayoría de las cosas, de las personas, de los enseres que hoy en día son de vigencia muy limitada, de usar y tirar.


Pero paradójicamente, y en medio de esta vorágine en la que el ser humano acaba devorando su propia vida de manera absurda, de vez en cuando, se produce el milagro y se despierta una mente que se para a pensar, a reflexionar. Y lo mejor de todo, es que esa sola mente, es capaz de arrastrar a muchas otras, de zarandearlas, de despertarlas y sacarlas de su nocivo letargo.



Cada vez más son los que se descuelgan de este loco tiovivo frenético, que abandonan sus esplendorosos puestos de ejecutivos y marchan al más pequeño pueblo que puedan encontrar. Son privilegiados de ideas lúcidas que se dan cuenta del desperdicio que día a día hacemos de nuestra propia vida, de tan preciado don.


Estas personas quieren recobrar el sentido de saberse vivo, de sentirse dueños de su propio tiempo, y quieren recobrar la intensidad y el contacto con la realidad de lo que late, de lo que nos da el aliento.


Nunca el tiempo es perdido, y pasar una tarde entera observando como las nubes se deslizan por el cielo, descubrir formas en sus siluetas es de una productividad preciosa, certera y absolutamente verdadera.



Es difícil vender lo que es gratis, la puesta de sol, la conversación con el amigo, el silencio o simplemente la observación de nuestro hábitat, de lo que nos envuelve, de lo que llevamos dentro. Es difícil poner precio a lo que tiene un valor incalculable, a lo que no se puede poner en un escaparate, por eso, es desestimado por los charlatanes de carromato ambulante, que han acabado hincando sus siniestras garras en lo más hondo del sistema que rige los estados.


También es difícil, difícil y requiere una buena dosis de valentía el remontar el río, ir contracorriente e intentar recobrar lo que es nuestro desde nacimiento, el derecho a ser felices, a reír, a elegir libremente, a disponer de nuestro tiempo, pero poco a poco surgen pioneros intrépidos.


Últimamente se hacen más eco los movimientos a nivel planetario de “la desaceleración”, de la “simplificación de la vida”. Conceptos, como el consumo responsable, y el desarrollo sostenible se van abriendo camino tímidamente, pero de manera firme, en medio de los grandes debates, de las grandes reuniones. Ganan adeptos estas corrientes que dan la voz de alarma sobre lo que es necesario tener en cuenta para evitar una catástrofe silenciosa pero certera. No se puede dar a cambio del crecimiento económico continuo e ilimitado, la degradación del planeta o del propio ser humano.


Vivir en las nubes no es más que amarnos a nosotros mismos por encima de todo, es saber que es lo que realmente nos hace feliz, que es lo que verdaderamente necesitamos, y donde está el límite entre nuestra propia libertad y el respeto hacia los demás, hacia todo lo demás.

Imaginar una vida más natural, más humana no tiene porqué ser un sueño, no tiene porqué ser la cándida ilusión de unos pocos. Vivir en las nubes es posible, cada vez más posible.

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