jueves, 9 de febrero de 2017

HASTA QUE LA MUERTE LES SEPARE

Esta mañana salía temprano a pasear a mi perra, y me he topado en el rellano de la escalera con mi vecina que esperaba el ascensor. Iba vestida de negro. –Se ha muerto mi suegra-, me ha dicho. La he correspondido con el conveniente pésame y hemos bajado juntas, comentado que se iban al pueblo al entierro y esas cosas.


En la calle también de negro, aguardaba el marido. Con el gesto grave y los ojos cargados. También le presenté mis condolencias. La esposa le ha cogido de la mano con una ternura y un afecto infinitos. Cogidos así les he visto alejarse camino del coche. He pensado que esa estampa era, y no otra, la imagen de un amor verdadero.

domingo, 5 de febrero de 2017

RELATOS: EL ÚLTIMO TREN

Ya lo sabía yo. No podía ser de otro modo. En cuanto abrí el periódico y leí la noticia se me heló la sangre. Toda la piel igualita que la de una gallina. Me dije: - ¡ya lo venía yo venir! -.Y mira que me preocupé yo en llamar a los hijos desde mi propia casa. Y los hijos, ¡claro!, uno en Bilbao y el otro en Córdoba. De punta a punta, en sus negocios, en sus cosas.
Y luego me llamó la policía. Mi marido me advirtió que yo cuanto menos hablase mejor. Y qué les voy a decir, pues nada. Si total, ya qué más da.

Hubiese hecho para tres años que trabajaba en la casa del señor Serrano, que para mí don Manuel. Así le llamaban los amigos. Que buena cuadrilla tenía y venían a verle. Últimamente se quejaban de que no les acompañaba tanto. Este hombre se nos está apolillando, Bernarda - me decían-; a ver si le anima a que salga más-. Yo me encogía de hombros y seguía a lo mío, porque esta pandilla de abuelotes han leído lo suyo, y una se siente zafia al hablar delante de ellos, aunque don Manuel tenía en cuenta mi opinión y me pedía consejo para todo, que si para una corbata, que si para comprar esto o lo otro... En Navidades me hacía buenos regalos, pero todo comprao, nada de la casa, no se vayan a pensar. Era generoso y yo estaba la mar de a gusto con él. Tenía muchas joyas de su señora que E.P.D., pero esas ni tocarlas. Si tuviese hijas, -me decía-, sería distinto. Los hijos son más independientes y a las nueras no me sale el regalarles esto. A ver si llegan a tener alguna chiquilla y ya heredarán todos estos recuerdos. Hará un par de semanas que me sacó todo el joyero y me anduvo contando la historia de cada pieza. El collar de tal aniversario, los pendientes de cuando nos hicimos novios, la pulsera de cuando nació el mayor, etc. Últimamente me entorpecía mucho la faena, y me seguía como un perrillo por la casa para contarme andanzas de cuando mozo.

A doña Carmen no llegué a conocerla. Entré poco después de que falleciese. Antes se ve que se apañaban entre los dos y ahora pues, yo era la que le limpiaba y le guisaba. No era mucha tarea, porque un hombre solo, ya me dirá usted lo que ensucia. Y comer, cada vez menos. Últimamente he tirado para alimentar a una familia. Apuro me daba vaciar los perolos en el inodoro. Que tal como se los dejaba, así me los encontraba.-Se me va a poner malo-, le regañaba, pero se echaba una risilla y a sus cosas.


Una tarde al entrar me lo encontré en el salón sentado con el álbum de fotos encima de las rodillas. Adormilado. Con todas las persianas bajadas. Me dio un vuelco el corazón, pero al sentirme llegar abrió los ojos. -¿Qué hace aquí con to cerrao?-, le grité, -que se le va a asfixiar el pajarillo.

Rubio era un canario que tenía la mar de resalao. Era el único que ponía algo de alegría y bullicio con sus cantares y su color amarillo.
Al pájaro no le dejaba de atender. Le cambiaba su alpiste, su agua, le aseaba la jaula. Le gustaba hacerlo a él, porque me decía que su mujer le adoraba.

-Todas las mañanas cuando Carmen se levantaba, lo primero que hacia era correr a abrir bien el balcón para que Rubio comenzase con sus trinos, -me relataba el hombre-. Luego miraba si hacia calor o frío para colocar al bandido éste a la sombra o al sol. Como un rey le tenia, más que a mí le cuidaba. Se lo compré cuando se fue el pequeño de casa. Por eso de que se ocupase de algún ser vivo y no echase tanto en falta a los chicos. Un perro o un gato quizá hubiese sido mejor, pero se le antojó el pajarillo una mañana de paseo por el rastro.

En estos meses atrás me ganaba el sueldo más escuchándole que haciendo cosas. En cualquier momento se me presentaba en la cocina y me pedía que me sentase para que le escuchase sus batallas. Yo:-que no hago naaaa, don Manuel- ;y él: -¡ni falta que hace!
Daba gloria oírle porque se le ponía una cara de bendito que pa que. Entornaba los ojillos en señal de echar la memoria atrás, y luego iba hilando unas historias con otras.

-A doña Carmen la conocí en la guerra, para que vea usted que hasta en las peores circunstancias puede lucir el sol, -me narró un día-. A mi batallón lo destinaron a su pueblo y nos fuimos instalando en las casas de por allí. A mí me tocó en la suya, y nada más verla me pareció el ser mas hermoso que hasta entonces había visto. Pero antes había mucho respeto, y en los meses que estuve allí ni rozarla una mano más que en el baile que hicieron para la patrona. Que no eran tiempos de festejar, pero algo también había que alegrar al personal.
Luego carta va y carta viene. Y así tres años. Sin vernos. Para que vea lo que han cambiado las cosas. Cuando ya ahorré un dinero aquí, me fui para su casa a pedirle la mano al padre. Que para aquello había que tener más valor que para estar en el frente -se reía-. Yo sabía desde el primer instante que no podría vivir sin ella, y, sin embargo, ya hace tres años que...

Terminaba las historias con los ojillos vidriosos y yo al verle así, me levantaba  sacudiéndome el delantal y echaba a hacer algo con brío, para darle a él fuerzas.
-¡Venga, don Manuel!, que la vida es muy generosa. Ya le traerá nietos, y gozará con verles, -le animaba.

Cuando me decidí a llamar a los hijos fue el día que le oí decir que no pegaba ojo y que la cama se le crecía por las noches. Fue también por esas fechas que le anduvo susurrando al canario que pronto se encontrarían con la amita.
Los hijos, tanto uno como el otro, le restaron importancia. Dijeron que ya hablarían con él para que fuese a hacerse un chequeo, o un análisis. Y con esas me colgaron. ¡Como si en la sangre se pudiesen ver las ideas y las penas!
Pero claro, yo de esto ni mu a los agentes cuando me llamaron. Se ofrecieron a acompañarme al piso a recoger mis cosas. Porque aunque tenía llave no podía ir sola, ni lo hubiese preferido.
Para que luego digan que no existe el amor, que yo bien claro lo veía todos los días en la mirada del don Manuel, que si le hubiesen dado a elegir, hubiese preferido irse él antes que su señora.
El cáncer se la llevó, según me contó. El puñetero cáncer que a saber de qué diablos hay tanto.
- Cuando los médicos me dijeron que no tenía ya más vida, yo le hubiese dado la mía.  No sabía si dejarla en el hospital o traerla a casa. Pero ni tiempo me dio a tomar la decisión. Quizá me intuyó preocupado por tener que elegir entre una u otra cosa, y quiso ahorrarme el trance.  Así que una mañana que andaba vistiéndome para ir a la clínica me llamaron para decirme que ya había fallecido, con la frialdad e indiferencia del que no pierde nada, y yo, en ese instante, creí que mi corazón se paraba también, o eso es lo que hubiese querido.


Doña Carmen sí que tuvo que ser guapa por lo que veía yo en las fotos,  las que se empeñaba en enseñarme una y otra vez. Esas en color sepia que parecen traer un romanticismo que ya hoy no se lleva. Siempre aparecían cogiditos del brazo.

Por eso yo enseguidita me supe la verdad, en cuanto me eché el periódico a la cara. No me hizo falta llegar a la casa  de don Manuel con los dos policías y ver la jaula del pájaro abierta junto con la puerta del balcón. Don Manuel Serrano Díez, no había tenido un descuido al cruzar la vía, como relataba la noticia del diario.

Desde la foto de bodas enmarcada en plata, esa que tenía en la mesita del recibidor, lo decía claro cuando me salía ya, antes de cerrar la puerta delante de los agentes. El señor Serrano, don Manuel, no se tropezó con ninguna vía  al intentar cruzarla, sino que se fue directo a coger un tren, ese que le llevaría con su mujer y su amor, ya para siempre.