Paseando a mi perro, por el
parque, y pensando en el amor, me he topado con una pareja de ancianos que iban
entrelazados del brazo. Octogenarios, próximos a los noventa quizá. Iban
tiernamente cogidos, caminando muy despacio, pequeños de estatura al igual que
un diminuto perrillo que les seguía. De la misma manera de avanzada edad el
can. Iba el chucho sin atar, pero unido a ellos por un lazo de lealtad y
fidelidad tan fuerte como el que la pareja de ancianos exhibía.
Me he topado con la respuesta.
Así de bruces. Eso es el amor. Esas tres figuras juntas lo son. Me he imaginado
que la pareja llevaría toda la vida juntos. Aguantando decenas de
inconvenientes, de pesares. Habrán convivido y compartido penas y alegrías, y a
pesar de todas las zancadillas que la fortuna haya puesto en su camino, ahí
siguen paseando cogidos del brazo, exhumando un amor tan grande que les sobra
para atraer a la pequeña criatura que les sigue sin necesidad de correa
ninguna.
Y quién busque otra cosa, está
perdiendo el tiempo. Quién crea que el amor son las historias que cuentan en las
películas se pierde. Historias llenas de rosas y pasión.
Hoy en día, las páginas de Internet para
conocer gente con la que entablar una relación amorosa son todo un éxito. Abundantes
y variadas. Vivimos inmersos en la individualidad y el egoísmo, y pretendemos
encontrar alguien que nos aporte toda esa maravilla que se supone que existe,
pero sin dar nada a cambio. Sin bajar un peldaño de nuestra comodidad, sin
desprendernos un ápice de nuestros deleites, pretendemos ser ungidos con la
dicha del amor verdadero. Y así, bajo esta fórmula egocéntrica sólo encontramos
mercadería de intercambio de personas. Placer rápido y sin compromiso.
Satisfacción exprés que deja el cuerpo lleno, pero el corazón vacío.
Buscando la perfección de un amor
platónico, nos conformamos con baratijas, cambiando de individuo con una
mecanización en las relaciones interpersonales que despojada de toda humanidad.
Es el amor de masas, donde cada uno acaba por fundirse en el grupo y deja de
ser, de sentir. Se banalizan las emociones. Se pierde todo significado.
Y yo a mi edad, en la que quizá
debería estar soñando con un cuerpo hercúleo que me desmembrara a puro de
embistes contra el colchón, sueño, y añoro, un brazo al que asirme, un compañero
que aguante mis penas y yo ser capaz de aguantar las suyas. Y ser ambos dignos
de ser seguidos por un perrillo fiel. Y así los tres deshojar los días de la
vida, acompañados y seguros dirigirnos hacia el último umbral, sin miedo y con
paz rebosando en el alma.