A parte de
visionar ocasionalmente estos programas, he invertido también mi tiempo en ver
la obra de Oscar Wilde, El Retrato de Dorian Gray, y evidentemente he encontrado
el paralelismo entre ella y lo de los concursos de cuerpos. En la obra de
Wilde, Dorian, el prota, joven y guapísimo es retratado por un pintor de la
época. Todos elogian su belleza y juventud, hasta el punto de considerar estos
privilegios como únicos importantes en la vida. El muchacho envidia la suerte
del cuadro, portador de su belleza para la eternidad, e implora al cielo o al infierno. Dice estar
dispuesto a dar cualquier cosa, incluso su alma, para conservarse siempre joven
y bello. Sea quien sea, le oye, y sus deseos se convierten en realidad. Pasa el
tiempo, y el muchacho se mantiene igual exteriormente, pero su alma se vuelve
cada vez mas fea. Y esa fealdad del alma queda reflejada en su cuadro, que día
a día, fantásticamente, va mutando y mostrando las taras de su interior.
Crímenes y actos vergonzosos de Dorian quedan reflejados en su cuadro.
¿Se pueden dar cuenta, la
cantidad de Dorians que hay en el mundo, a los cuales convertimos por la
estupidez infinita del ser humano? Premiamos, alabamos la belleza de una carne,
y nos rendimos ante ella, dejando en un segundo plano las maravillas de la
mente o del alma. Me parecería más acertado, si cada uno y una de las que el
sábado y el domingo desfilaban luciendo palmito, lo hiciesen portando su cuadro
del alma, para ver así la foto de su espíritu, la currícula de sus acciones, de
sus pensamientos. Incluso la humanidad entera, tendría que llevar como retrato
de documentos de identidad, el dibujo de lo que hacen en sus vidas. Nos
preocuparíamos entonces de echar más crema hidratante a nuestro interior, de
mantenerlo limpio, exfoliado, terso y suave. La gente se amotinaría para hacer
buenas acciones, para compartir con sus semejantes, para leer más, para
respetar la naturaleza, para encontrar armonía y paz entre los hombres. Cuando
un fulano tirase una lata en el campo, inmediatamente que le saliera horrenda
arruga en la foto del pasaporte, cuando a mengana le diera por despellejar a
una amiga que en las instantáneas de su viaje a Tahití se le pusiese el culo
como la plaza de las Ventas.
Sería una delicia ver los
anuncios de clínicas de estética. En lugar de bisturís, promocionarían libros,
lecturas, códigos de ética y conducta, espacios para el retiro y la reflexión.
Ojalá el reflejo de lo que realmente somos se acumulase en nuestra piel y en
nuestras formas. Todos tendríamos nuestros impurezas cutáneas y nuestras
irregularidades corporales, pero esmeraríamos mucho el cuidado de nuestro
comportamiento. Daría cualquier cosa, menos mi alma, porque así fuese.
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