martes, 4 de agosto de 2015

BODAS Y CASORIOS


Me preguntaban ayer, que qué significado tiene el matrimonio hoy en día, y que si tiene más valor el amor al ser rubricado sobre papel o no.

Pues bien, el matrimonio, para mí, vamos el casarse, ya sea por el ritual que sea, es una exteriorización de un compromiso, que de primeras debemos establecer con nosotros mismos. Es decir, que si no nos comprometemos con nosotros mismos, lo demás da igual, y ya podemos grabar nuestra palabra en piedra. El valor de la palabra, es el valor de la persona y nada más. Y si uno se compromete consigo mismo y esa persona es de ley, pues  no hay más que hablar. Pero vamos, esto es la esencia, el trasfondo de la relación entre dos personas. Y la vida no suele ser tan sencilla y tan natural, porque entre otras cosas vivimos en sociedad, y la sociedad dicta sus normas y su orden, al que debemos obediencia dentro de lo justo y razonable. A mí el bodorrio típico me pone los pelos de punta. Lo del vestido blanco de tantas mil y el restaurante con espada que corta tarta me repele hasta el tuétano. Ese circo no va conmigo, porque lo veo exento de significado de todas todas. A parte, que encuentro inmoral e irresponsable tal despilfarro cuando no todos en este puñetero planeta calientan el estómago al menos una vez al día. Pero claro, uno no puede solo vivir cara al espejo y tiene que ver qué tiene alrededor y de qué manera afecta las decisiones propias en los demás, o al menos en aquellos a los que uno debe respeto y cariño, para alcanzar esa armonía necesaria y que la vida se aproxime lo máximo posible a la quimérica felicidad.



Así que, el matrimonio aporta la garantía que posea la persona que se someta a él. Ni más ni menos. Cuantos hoy en día se casan por el negocio que supone, que se saca el doble de lo que se invierte, o cuantos otros porque es tradición o porque uno se merece que durante unos días todos estén pendientes de uno, y de lo guapos que parecemos hechos un pincel. Que luego mola lo de enseñar el video y las “afotos” 

al vecindario y que rabien porque nuestro cubierto era más caro. Todo esto es una mierda que nada tiene que ver con el amor, que así le tenemos al pobrecito, totalmente desprestigiado y como puta por rastrojo. Pero sí que el casarse puede tener su importancia si nos circunscribimos a su esencia y su verdad, a lo que tiene de compromiso. Si una persona da la palabra a otra, y toma incluso testigos en esta declaración,  de quererla y cuidarla por el resto de su vida, eso tiene mucha miga y vale mucho. Eso se merece un respeto profundo, y es una responsabilidad bien gorda. Porque la vida da muchas estocadas y el amor se resiente y el día a día en pareja es muy dura, ¡vamos! cualquier convivencia, pero si a las ya rencillas normales de lo que yo quiero al otro no le gusta, le sumamos las pasiones, celos, el crío que no da más que problemas y demás, pues el campo está muy minado. Y que ante tal panorama uno se diga, ¡ojo!, que yo di mi palabra y tengo que luchar por mantenerla, tiene su valor., máxime si tiene a tiro a una compañerita minifaldera que anda restregando el culo por las esquinas. Y es quizá esta palabra dada, la que salve muchas relaciones, porque en los momentos en los que otros dirían, tiro la toalla, pues el que es de ley y cumple sus compromisos, tira pa lante porque es su honor lo que está en juego. Y al final de sus días, pues seguro que, aunque uno ya no sienta los fuegos del deseo sumo, supondrá reconfortante y de una profunda dicha, el tener al lado a la persona a la que uno dio su palabra de proteger en este duro mundo, al que fuimos arrojados. Así que, creo que lo de casarse es un acto de valentía y amor verdadero, más que de bastardas pasioncillas, que esto último en cualquier momento, hasta el más tonto es capaz de sentir. Pero el dar una palabra y hacerla acto público es otra. Comprometerse por amor es bien merecedor de pleitesía, ya sea bajo el ojo de Alá, Dios o el alcalde de Alpedrete.

No hay comentarios:

Publicar un comentario