Me preguntaban ayer, que qué significado
tiene el matrimonio hoy en día, y que si tiene más valor el amor al ser
rubricado sobre papel o no.
Pues bien, el matrimonio, para mí, vamos el
casarse, ya sea por el ritual que sea, es una exteriorización de un compromiso,
que de primeras debemos establecer con nosotros mismos. Es decir, que si no nos
comprometemos con nosotros mismos, lo demás da igual, y ya podemos grabar
nuestra palabra en piedra. El valor de la palabra, es el valor de la persona y
nada más. Y si uno se compromete consigo mismo y esa persona es de ley,
pues no hay más que hablar. Pero vamos,
esto es la esencia, el trasfondo de la relación entre dos personas. Y la vida
no suele ser tan sencilla y tan natural, porque entre otras cosas vivimos en
sociedad, y la sociedad dicta sus normas y su orden, al que debemos obediencia
dentro de lo justo y razonable. A mí el bodorrio típico me pone los pelos de
punta. Lo del vestido blanco de tantas mil y el restaurante con espada que
corta tarta me repele hasta el tuétano. Ese circo no va conmigo, porque lo veo
exento de significado de todas todas. A parte, que encuentro inmoral e
irresponsable tal despilfarro cuando no todos en este puñetero planeta
calientan el estómago al menos una vez al día. Pero claro, uno no puede solo
vivir cara al espejo y tiene que ver qué tiene alrededor y de qué manera afecta
las decisiones propias en los demás, o al menos en aquellos a los que uno debe
respeto y cariño, para alcanzar esa armonía necesaria y que la vida se aproxime
lo máximo posible a la quimérica felicidad.
Así que, el matrimonio aporta la garantía que
posea la persona que se someta a él. Ni más ni menos. Cuantos hoy en día se
casan por el negocio que supone, que se saca el doble de lo que se invierte, o
cuantos otros porque es tradición o porque uno se merece que durante unos días
todos estén pendientes de uno, y de lo guapos que parecemos hechos un pincel.
Que luego mola lo de enseñar el video y las “afotos”
al vecindario y que rabien porque nuestro cubierto era más caro. Todo esto es una mierda que nada tiene que ver con el amor, que así le tenemos al pobrecito, totalmente desprestigiado y como puta por rastrojo. Pero sí que el casarse puede tener su importancia si nos circunscribimos a su esencia y su verdad, a lo que tiene de compromiso. Si una persona da la palabra a otra, y toma incluso testigos en esta declaración, de quererla y cuidarla por el resto de su vida, eso tiene mucha miga y vale mucho. Eso se merece un respeto profundo, y es una responsabilidad bien gorda. Porque la vida da muchas estocadas y el amor se resiente y el día a día en pareja es muy dura, ¡vamos! cualquier convivencia, pero si a las ya rencillas normales de lo que yo quiero al otro no le gusta, le sumamos las pasiones, celos, el crío que no da más que problemas y demás, pues el campo está muy minado. Y que ante tal panorama uno se diga, ¡ojo!, que yo di mi palabra y tengo que luchar por mantenerla, tiene su valor., máxime si tiene a tiro a una compañerita minifaldera que anda restregando el culo por las esquinas. Y es quizá esta palabra dada, la que salve muchas relaciones, porque en los momentos en los que otros dirían, tiro la toalla, pues el que es de ley y cumple sus compromisos, tira pa lante porque es su honor lo que está en juego. Y al final de sus días, pues seguro que, aunque uno ya no sienta los fuegos del deseo sumo, supondrá reconfortante y de una profunda dicha, el tener al lado a la persona a la que uno dio su palabra de proteger en este duro mundo, al que fuimos arrojados. Así que, creo que lo de casarse es un acto de valentía y amor verdadero, más que de bastardas pasioncillas, que esto último en cualquier momento, hasta el más tonto es capaz de sentir. Pero el dar una palabra y hacerla acto público es otra. Comprometerse por amor es bien merecedor de pleitesía, ya sea bajo el ojo de Alá, Dios o el alcalde de Alpedrete.
al vecindario y que rabien porque nuestro cubierto era más caro. Todo esto es una mierda que nada tiene que ver con el amor, que así le tenemos al pobrecito, totalmente desprestigiado y como puta por rastrojo. Pero sí que el casarse puede tener su importancia si nos circunscribimos a su esencia y su verdad, a lo que tiene de compromiso. Si una persona da la palabra a otra, y toma incluso testigos en esta declaración, de quererla y cuidarla por el resto de su vida, eso tiene mucha miga y vale mucho. Eso se merece un respeto profundo, y es una responsabilidad bien gorda. Porque la vida da muchas estocadas y el amor se resiente y el día a día en pareja es muy dura, ¡vamos! cualquier convivencia, pero si a las ya rencillas normales de lo que yo quiero al otro no le gusta, le sumamos las pasiones, celos, el crío que no da más que problemas y demás, pues el campo está muy minado. Y que ante tal panorama uno se diga, ¡ojo!, que yo di mi palabra y tengo que luchar por mantenerla, tiene su valor., máxime si tiene a tiro a una compañerita minifaldera que anda restregando el culo por las esquinas. Y es quizá esta palabra dada, la que salve muchas relaciones, porque en los momentos en los que otros dirían, tiro la toalla, pues el que es de ley y cumple sus compromisos, tira pa lante porque es su honor lo que está en juego. Y al final de sus días, pues seguro que, aunque uno ya no sienta los fuegos del deseo sumo, supondrá reconfortante y de una profunda dicha, el tener al lado a la persona a la que uno dio su palabra de proteger en este duro mundo, al que fuimos arrojados. Así que, creo que lo de casarse es un acto de valentía y amor verdadero, más que de bastardas pasioncillas, que esto último en cualquier momento, hasta el más tonto es capaz de sentir. Pero el dar una palabra y hacerla acto público es otra. Comprometerse por amor es bien merecedor de pleitesía, ya sea bajo el ojo de Alá, Dios o el alcalde de Alpedrete.
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