martes, 4 de agosto de 2015

TRES TRISTES LINCES


Sí, tristes porque nacer en cautividad no es lo ideal para esta especie. En el fondo para ninguna. Son hermosos, fascinantes, únicos. Producen un gozo inmenso verlos jugar como pequeños muñecos de peluche animados, junto a su madre. Pero ni siquiera toda su seductora belleza es capaz de evitar el peligro que corren de ser exterminados.

La feliz noticia del alumbramiento de estos tres pequeños aparece pocos días después de otra más desgraciadamente común: la del atropello de un ejemplar adulto. Quedan menos de 120 linces en nuestra península ibérica. Que se llama “ibérico” el lince, porque es una especie propia y se da sólo en nuestro país, que algunos no caen. Pero ni con esas estamos por la labor, aunque fuese por aquello del egoísmo, y de lo mío lo mejor y solo mío.

Presidentas de la Comunidad, véase Aguirre, y muchos otros como ella, se empeñan en trazar autopistas, carreteras y demás por allí por donde felizmente campean estos pobres bichos. Y me dirán cómo un lince, por muy buen depredador que sea, va a cruzar una autopista de seis carriles u más, con mediana incluida, para hacerse con su sustento de conejos que hay al otro lado. Teniendo en cuenta que nos mola lo de internar matarnos conduciendo a velocidad extrema y haciendo filigranas para sacarle un minuto más a la chuleta grasienta que nos espera en una barbacoa.



No basta con tenerlos encerrados en un recinto para que nuestros pequeños puedan verlos y tirarlos de las orejas con sus pegajosas manos impregnadas de caramelo. El lince es un animal salvaje y, quizá, en esto estriba la grandeza de su especie. Su necesidad de libertad y su exclusividad se reflejan en su inconmensurable hermosura. Tampoco es suficiente ponerles un campo vallado y tenerlos así en una reserva , porque basta la casualidad que les entre una gripe mala y como andan todos en el mismo sitio, por contagio, se nos van en un abrir y cerrar de ojos; y luego a buscar huesos para recomponerlos en un museo. Y  qué desfachatez comparar un esqueleto con foto a pie, con la imagen viva de un lince con su mata de pelo moteada y esos ojos que son el fruto de miles de años de evolución y perfeccionamiento natural.

Si lo que quiere la gente son toneladas de hormigón, cemento y alquitrán por todo lo extenso de nuestra península, sin respetar hábitat ni ecosistemas, para poder mojar el culo en la playa una hora antes, bien merecido tendremos todo lo que nos pase. Porque esto es como comer pipas, empiezas y no acabas, y tarde o temprano, a base de exterminar especies, un buen día nos tocará a la nuestra. Vete luego a pedir explicaciones al maestro armero.

Que no es una exageración esto que cuento, que ya la ONU anda con que viene el lobo desde hace mucho, es decir, que alerta de la degradación del planeta y lo complicado que lo estamos poniendo para la subsistencia de la Humanidad, usease, nosotros mismos. No son conjeturas de bohemios ecologistas coñazo, sino el fruto de el concienzudo trabajo de 1.300 expertos en 95 países.
Por más que intento reconciliarme con mis semejantes, vienen días como estos, en los que te reencuentras con estas realidades y te desmoronas, y te dices: ¡que se vaya todo al carajo!.

Pena por los linces y otros bichos que no tienen culpa de nada, y las pobres criaturas que traemos al mundo para legarles un mundo cada vez más feo, pobre e inhabitable, y un ejemplo a seguir miserable e irrespetuoso hasta con nuestra Gran Madre: la Naturaleza.

Malditos desgraciados, desagradecidos. Nuestra estupidez no puede llegar más lejos. ¿A quién se le da una joya y la machaca para cagarse en ella? Pues a nosotros, que una a una, y poco a poco acabamos con los recursos que nos dan vida a nuestro cuerpo, y con la belleza y pluralidad natural, que quien fuera, puso en esta bola rocosa aplastada por los polos cada vez menos polos, para nuestra compañía y alimento del alma.

Pobres pequeños y tristes linces. Quizá sobrevivan, quizá reaccionemos, quizá la evolución haga del hombre un ser más humano y racional, que se ve que el primer intento les ha salido mal y tenemos el cerebro con falta de ajustes. Con suerte estos tres pequeños podrán gozar de su campo abierto, que les pertenece legítimamente, en el que degustar sus presas con alivio, y procrear donde les sea más favorable a la supervivencia. Quizá un día seamos dignos de ellos y dignos de esta Tierra. Al fin y al cabo la esperanza es lo último que se “extermina”, pero como dicen que su color es el verde, vete a saber.

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