Pobre Erika. Tan
joven, con toda una vida por delante, con una hija de seis años, y ya muerta. Porque ella misma ha querido,
parece ser. Dicen que la causa ha sido el suicidio, ya que no había muestras de
que hubiera participado nadie en su trágico final. Estaba al parecer sola. No
hay que investigar ni detener por lo tanto a ningún sospechoso de crimen. Pero
en esta parte ando un tanto en desacuerdo. Creo que todos estamos implicados.
Entre todos la hemos sido inductores de este crimen hacia su persona.
Este caso lo
hemos conocido comúnmente por lo popular del personaje, pero ella es el botón
de muestra de una gran parte de la población, que crece cada año.
El suicidio es
la tercera causa de muerte entre la población joven en España, y supera en
muchas ocasiones a los fallecidos en carretera. Sin embargo, no se lanzan
campañas, ni anuncios de precaución contra este peligro latente, sigiloso.
Cada año son más
de 3.000 personas, las que en nuestro país (como parecido sucede en otros de los
“desarrollados”) toman esa fatal
decisión, pero no se habla de ello más que en los congresos de psicología y
psiquiatría.
Nos creemos
inmunes a este mal, porque al ser voluntario nos sentimos libres de la amenaza.
Pero es su acecho, cauteloso, silencioso y el día en el que manifiesta sus
síntomas, ya estamos tan acostumbrados a medio vivir y con el ánimo tan débil,
que sin una férrea ayuda no escapamos a su embiste.
Parece ser que
estas muertes no interesan, porque todos somos culpables. Habría que hacer un
tremendo esfuerzo por preocuparnos por los demás, para combatir esta lacra de
las sociedades, paradójicamente las más ricas en cuanto a dinero, que es la
peste del abandono, y del mirar para otro lado mientras seguimos a lo nuestro
mientras a nosotros no nos toque.
Cada vez que
aplazamos una cita con un amigo porque tenemos cosas más urgentes que hacer,
somos culpables, cada vez que oímos llorar a un vecino y no llamamos a su
puerta para saber qué le pasa, somos cómplices, cada vez que nos hacinamos en
el transporte si mirarnos a los ojos, somos colaboradores, cada vez que mantenemos
a una joven madre soltera con contratos basura, somos encubridores, cada vez
que atendemos solo a nuestros intereses, a nuestra ambición y egoísmo, sin solidarizarnos con los demás, somos
asesinos.
Y así, creando
entre todos una pulcra sociedad cada vez más individualista, más competitiva y
depredadora, participamos en una selvática selección natural, en la que solo
sobreviven los más fuertes, los más insensibles, los más inhumanos. Y los que
no aprenden a fabricarse corazas de metal alrededor de sus sentidos, acaban
golpeados, dilapidados diariamente por
los desprecios, las injusticias, los abandonos, las traiciones, la mezquindad,
el olvido, el desagradecimiento, y tantos y tantos otros parásitos que devoran
poco a poco la ilusión y la esperanza de la gente.
La ciencia
invierte tiempo y dinero en investigar fórmulas alimenticias más completas y
eficaces para el cuerpo, ligeras y saludables, pero sin embargo nos hemos olvidado
del alma, de la mente, dejándola sin su sustento principal: el amor. Y el amor con
sus múltiples variantes se ha rebajado a un sucedáneo escaso y de mala calidad.
¿Cómo vamos a sobrevivir
sin parte de nosotros? El cuerpo y la mente son vasos comunicantes, y el uno
influye en el otro y viceversa. No llegaremos lejos, con cuerpos atléticos y
delgados, y espíritus y mentes secas.
Nadie habla de
la anorexia del alma. De la necesidad de comprensión, cariño, arropo, calor,
solidaridad, cultura, valores. De lo importante de multiplicar todo esto, de
reproducirlo, de suministrarlo en grandes superficies, en masa, en cantidades
industriales, hasta que desborde por todos los lados en cantidad y calidad.
No pretendo hacer de mi reflexión un discurso
beato, ni un cuento de Navidad, tan sólo quiero reivindicar que hay que
devolver al hombre lo que es del hombre, y si la materia le pertenece en cuanto
a lo que de ser de la naturaleza posee, lo espiritual le es propiedad inarrebatable,
por su exclusividad sobre la
Tierra como humano.
Desconozco las circunstancias de esta niña que
ha acabado con su vida, pero de lo que estoy segura, es que un corazón henchido
de amor, no desea pararse nunca.
Que descanse en
paz.
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