A ella, la
llamaban “la más grande”, y también “señora”, por su popular canción, pero al
final, le ganó la baza esa otra señora más fuerte, la de túnica negra y guadaña
al hombro.
Decía Cela,
Camilo José, no tenerle miedo a la muerte, por considerarla algo vulgar por lo
que todo el mundo pasa, y que al fin y al cabo la vida siempre era la misma,
pues cuando una acababa otra seguía.
No quiero
llegar a caer en un bucle de análisis existencialista de lo que supone la vida,
pero resulta asombroso la conmoción social que provocan ciertas muertes,
comparadas con la gélida indiferencia que le prestamos a muchas otras. Es como
si el valor de la vida contenida en un cuerpo sea mas valiosa que la que se
manifiesta en otro.
Dirigentes y artistas son
los que se suelen llevar la palma a la hora de hacer colas ante sus féretros.
Son personajes populares que por su carisma, sus actos o su trabajo, han
llegado a la gente hasta el punto de cautivarles.
La desaparición de la
cantante Rocío Jurado nos ha hecho testigos de un acontecimiento de esta
índole, del tributo prestado por todo un país a una sola muerte. Era una mujer
del espectáculo. Vivió de él y en él, y su fin ha sido también acorde a él. Los
medios de comunicación han cubierto su declive cual gran jefe del estado se
tratase. No entro a debatir si ha sido desmedido o no el trato que se le ha
otorgado, pero sí que es cierto que las garras del cuarto poder son de terrible
fuerza, y si el seguimiento mediático adecuado, el personaje más fastuoso puede
caer en el más profundo de los anonimatos.
Me planteo cual es el motivo
que hace que la sociedad se una y actúe toda ella a la vez. Cual es el
detonante que provoca que las gentes se levanten de sus sillones y vayan a
hacer todos lo mismo. Dónde se haya la fuerza, la energía capaz de provocar una
acción conjunta de tal magnitud. Cómo es posible convencer a tantos seres para
que se dirijan en pos de la misma causa, cuando unas y otras perezosas andan
cada cual con su opinión divergente.
La respuesta creo que se haya
en la emoción y en la capacidad para trasmitirla, para difundirla y
multiplicarla. Para germinarla en el corazón de la gente. Poderosa herramienta
ésta de saber hacer vibrar pechos, que al quien sabe manejar hace grande
Y solo hay una manera de
trasmitir sentimiento, y es a través de la comunicación. La comunicación bajo
sus múltiples variantes puede conducir lo intangible de alma en alma. Mediante
la palabra, mediante el arte se consigue la comunión, y con ella la fuerza
necesaria para acercarnos a la mejora, como especie, y como manifestación de
vida.
Lástima que no siempre
seamos capaces de provocar tal emoción y haya sujetos que escapen a la devoción
que merecen por el mero hecho de ser vida, y vivan y mueran anónimos,
sumergidos en la pobreza y la soledad. Gran error no llegar a ver en todos y
cada una de las criaturas su efímera belleza y la grandeza del milagro que
supone la vida. Su maravilla, su arte.
Ella lo comprendió y no
fueron sus ultimas palabras en público porteadoras del torrente de voz del que
era capaz, pero sin embargo, sí estuvieron apelmazadas de la fuerza de la
sabiduría y la clarividencia que le otorgó el mismo tormento que la llevó a su
fin:
“He aprendido a
hermanarme con la gente que sufre(…)La vida es el espectáculo más grande del mundo. No
lo sabemos hasta que estamos a punto de perderlo”
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