Estoy viendo una página web dedicada hoy, 11
de marzo, a las víctimas del atentado del año pasado en Madrid. En esta página aparece la foto de
muchos de los 192 muertos. Cliqueas sobre ellas, y se hacen más grandes.
Ascienden desde su pequeñez al centro de la pantalla para desplegar un cuadro
con su historia, su nombre, su edad ya perenne. Luego, cuando cierras la
ventana, la foto vuelve a hacerse chica y torna a una tonalidad blanquecina,
perdiendo su color, y quedando la imagen apenas percibible, como si con este
último homenaje los enviásemos para siempre a las neblinas del más allá. Son
fotos en las que salen guapos, sonrientes. No sospecho que ninguno pensase en
el momento de las instantáneas, que esa imagen iba a formar parte de un homenaje
póstumo hacia su persona. Forman todas las fotos juntas un extraño colage.
Vecinos unos y otros de desgracia. Todas la caras juntas así, parecen un
escalofriante mapa que infunde tristeza,
vacío, incomprensión. Se siente lástima por ellos y sus familias,
mientras agradeces no conocer a ninguno de ellos, de no encontrar en la
composición a nadie cercano. Algunas de esas fotos parecen haber sido tomadas
en bodas, en viajes, en vacaciones, u otros festejos. Imágenes de tiempos
felices. Otras parecen las típicas para carnés y documentos oficiales. Las hay
en blanco y negro, como antiguas, de esas que ya quedan mejor en el contexto,
porque nos recuerdan a las que ilustran las lápidas de tumbas y nichos en los
cementerios. Hay una que desgarra doblemente, porque es de una niña de 7 meses
con unos enormes ojos azules. Que lo del color de ojos es lo de menos, porque
igual da el color de ojos, piel o pelo. Intento cliclear en todas para dedicar
un poco de mi tiempo a cada uno de ellos, impregnarme de sus vidas y rendirles
honores, para que en su foto se apaguen los colores y tome el tono blanco de la
paz y el descanso. Con cada lectura, con cada imagen, mi alma se tiñe un poco
de amargura y me tienta la idea de abandonar esta labor que es yerma y que no
les devolverá a la vida, pero a la vez me siento en la obligación de atenderles
un poco, a pesar de que ya no están.
También me he asomado a la calle por la
ventana, y no había muchos que seguían el paro de cinco minutos de silencio,
convocado para hoy a las 12 de la mañana. El tiempo lo atenúa todo, hasta el
dolor más profundo. Es verdad que siempre vuelven las oscuras golondrinas de la
pena a anidar en el corazón de los hombres, pero cuando es por motivos pasados,
lo hacen con menor fuerza. Al recorrer con el puntero del ratón las caras de
aquello que tuvieron la mala suerte de coger el tren equivocado, uno se siente
poderoso. Capaz de conocer un destino, una vida, unos sueños y proyectos de los que ya se fueron, y que no
llegamos nunca a conocer. En algunos casos, fueron hechos fortuitos los que les
llevaron a tomar ese medio de transporte aquella mañana. Una decisión tomada a
última hora, un cambio de turno con un compañero, un vehículo roto en esa misma
fecha. Hay quien incluso cumplían ese día los años. He podido constatar , que
muchos de ellos, realizaban verdaderos esfuerzos por mantener sus vidas: dos trabajos, cambios de
país, contratos precarios....; para llenar unas vidas a las que pusieron fin
con un simple gesto, en unos pocos minutos. Resulta desolador comprobar como
todo el trabajo de todos ellos por construir sus historias quedó derrumbado de
un plumazo, por quienes creen defender causas justas, pero que no son mas que
marionetas de sus mentes enfermas y podridas. No sé si existe Alá, Dios u otro ser
supraterrenal, y tampoco sé de cual es la voluntad de ellos, si es que tienen
alguna. Lo único que es real y eso es en lo que creo, es en la gente que me
encuentro cada día, a la que miro a la cara, de la cual sé que ríe y sufre como
yo. Gente que se esfuerza por sacarle un poquito de luz a este túnel de
existencia con sus sueños, sus proyectos, sus amores, sus cosas. Y si me matan
esa verdad, entonces nada tendrá sentido. Paz para los muertos, paz para los
vivos.
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