Terry Schiavo fue una victima de todos
nosotros. Más concretamente de su marido. Porque hay muchas maneras de matar y
no siempre es necesario una pistola o un cuchillo. Hay quien mata día a día con
comentarios, o amenazas, incluso con anuncios publicitarios o con una simple
elección. Creemos estar limpios de cualquier culpa, pero tenemos las manos
manchadas de homicidios subliminales, de esos que se comenten sin que uno se de
cuenta, sin que se llegue a sospechar.
Esta pobre chica de EE.UU era muy
guapa, pero parece ser que comenzó a engordar, y su marido le dijo, o al menos
eso dicen, o quizá tan solo le insinuó, que si no adelgazaba la iba a dejar.
Ella no supo ver a tiempo que debería haber mandado a ese cabrón a Somalia o a
cualquier otra guerra en la que acostumbran
aparecer los americanos. Así que guiada por el amor ciego se puso a
beber nada más que té para perder peso, cuando lo que tenía que haber perdido
de vista es a su consorte. Así que de tanto no comer, le dio un bajón de
potasio, porque es lo que tiene no ingerir alimentos, que no solo te trae una
bonita falda sino que te enfunda una enfermedad en lo que canta un gallo; y la
súbita bajada de dicho mineral tuvo como consecuencia irreversible un coma
profundo.
Terry ya no tuvo que preocuparse porque la
ropa no le valiera, ya que estuvo 15 años vistiendo un camisón de hospital, en
estado vegetativo, ni que el bastardo que eligió por esposo la dejase o no,
porque fue ella quien le abandonó, cuando la desenchufaron de la máquina que la
mantenía con vida.
Y el caso de la señora Shiavo no es el único,
sino el último más sonado y más reciente, pero el mundo está lleno de personas
como ella. Víctimas de una sociedad estructurada sobre los pilares de la
competitividad, la perfección, la ambición y la deshumanización.
Basta ver la televisión un momento, pasearse
por cualquier calle y otear escaparates y carteles publicitarios, es suficiente
con pararse ante un kiosco y comprobar que los atentados contra la lógica y de
lo que debería ser la realidad humana son constantes.
Los psicólogos ven crecer su clientela con
personas cada vez mas infelices. Los ansiolíticos y antidepresivos están a
punto de arrebatar el primer puesto en ventas a los analgésicos, pero se
mantiene el espejismo de que el mundo anda en aras del progreso y del falso
bienestar materialista. Porque a eso estamos reduciendo la condición del ser
humano, a simple y vana materia fría vacía y sin sentimientos.
Aquello que no embebe nuestros sentidos y los
sumerge en un éxtasis de placer es rechazado y marginado, lo que no se
circunscribe a los límites de lo diseñado como ideal se expulsa al gueto de lo
hortera, de lo despreciable y arrinconable. Falsas atracciones y quereres que
no duran más allá de una temporada, como la ropa.
Resulta difícil convencer, a las personas de
que ellos son lo que realmente importa por encima de lo que tienen o de lo que
muestran, y que su dignidad y valía está muy por encima de una talla o de una
medidas.
No quiero que se confunda un justo amor por
el cuidado personal, una sana alimentación, un adecuado ejercicio físico o una
moderada coquetería, con la obsesiva tentativa de querer alcanzar el cariño y
la aceptación del prójimo a golpe de dieta y atentados hacia uno mismo.
Pero insisto que no es fácil discernir a
veces la diferencia, entre lo que debe ser y lo que la sociedad agazapada tras
el desfile de moda, sutilmente, exige, máxime cuando se cuenta con quince
tiernas primavera, o treinta, que para lo de madurar no hay edad, y se anda con
la personalidad todavía en el taller y queriendo obtener como sea el cariño de
sus semejantes, que al final, el querer estar más bellos tiene como objetivo la
aceptación y el amor del prójimo.
La tiranía que ejerce el imperio de la
imagen, su gigantesco poder de influencia, manipulación y destrucción no tiene
límites. Y nos aborda desde el aparente inocente papel cuoché, o desde la bífida lengua de la supuesta amiga.
Medio mundo se mata no dejándose comer,
mientras el otro medio se muere porque no tiene con qué alimentarse.
Luego nos vanagloriamos pensándonos una
especie superior , cuando no somos capaces de querernos tal como somos:
diferentes, especiales y únicos; cada cual como es, con sus formas que le
diferencian del resto. Porque si lo que buscamos es uniformidad y aspectos
parejos, los pingüinos o los gochos, sin
ir más lejos, nos llevan mucha ventaja.
Ustedes mismos.
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