martes, 4 de agosto de 2015

NO TENGÁIS MIEDO


El otro día me reía por lo absurdo de la foto que ilustraba la primera página de un periódico. En ella Bush padre, Bush hijo y Bill Clinton, ósea, presi y expresis de Estados Unidos aparecían juntitos los tres, cual Santa Trinidad, ante el difunto Papa. Toda la plantilla de justicieros en pleno, con caras muy serias y compungidas se postraban frente a tan ilustre cadáver. Me preguntaba yo si tal postal se debía  a una falta de vergüenza total y absoluta , o a ese arrepentimiento sincero y último que sirve para obtener el perdón divino y el salvoconducto al cielo.

Los dos mayores litigiadores de las últimas décadas, aquellos que han enviado a matar y a morir, los que han iniciado guerras, junto con aquel de la becaria, rendían su tributo al que su razón de vida fue el respeto a la vida, el amor, y la paz. Tremendísima paradoja.

Voy a ser optimista y pensar que sí, que el mensaje del Santo Pontífice ha llegado a todos, incluso a los corazones más corroídos, y a las mentes más ambiciosas y perversas. Quiero creer que esta despedida masiva es la respuesta a su mensaje. Que todos han entendido bien cada una de sus palabras y de sus peticiones. Que a partir de ahora cada dirigente de cada país, de cada pequeño estado va a dejarse la piel en seguir su legado, en querer imitarle. Voy a convencerme de que todas esas visitas que está recibiendo nuestro querido Papa responden a la interiorización de su trabajo y no a una moda o a la corriente de las masas difícilmente contrariables.



Si realmente todos aquellos que en estos días están dedicando una minuto a elogiarle y a entronizarle han entendido su vida y su obra, este mundo va a ser el paraíso en la tierra.

Pero no sé porqué me da a mí que no va a ser así, que este va a ser otro de esos momentos en los poderosos aprovechan para hacerse la foto, para quedar como respetables al reconocer a alguien grande y realmente bueno, que los sabios consejos de este Papa quedarán en los libros y en las memorias de los idealistas, como las de otros santos que pasaron por aquí.

Queda chulo y nos da como fuerza sumarnos al homenaje de un líder, de un héroe, de un mártir. Y las manifestaciones descomunales en la que les glorificamos entusiasman y euforizan a las gentes, que por otro lado nunca viene mal si no se llega al fanatismo incontrolado.

Desde mi modesta opinión, pienso que esto de los grandes faustos no está mal, pero quizá el Santo Padre Karol Wojtyla se sentiría más homenajeado si en nuestro yo más profundo atendiésemos su testimonio, si nuestras obras y palabras llegasen a ser eco de toda su fatiga y todo su esfuerzo.

Si viajó tanto, no fue para darse a conocer, para acabar siendo famoso y vitoreado como estrella de cine. Si transmitió su mensaje de paz y amor por la vida no fue para obtener el reconocimiento global de su grandeza, que eso está bien, pero es tan sólo, como la guinda de un pastel. Todo su cansancio se lo costeó para que cumpliésemos su doctrina y confiásemos en su fe. Y eso sí es lo difícil y es lo que requiere esfuerzo. Al fin y al cabo lo de hacerse la foto y dedicarle buenas palabras es cuestión de minutos, horas o lo sumo unos días. Pero seguir su obra requiere toda una vida de sacrificio, meditación y esfuerzo, toda una existencia de rendirnos ante el Amor.

Cuando la Plaza de San Pedro se vacíe de multitudes, cuando en las televisiones se terminen los documentales sobre Juan Pablo II, cuando los fotógrafos apaguen sus cámaras y los periodistas sus micrófonos, será entonces, cuando de verdad habrá que iniciar su homenaje. En silencio y cada uno por su lado.

Será entonces cuando los presidentes deben seguir rindiéndole honores.

¿Será entonces?





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