El otro día me reía por lo absurdo de la foto
que ilustraba la primera página de un periódico. En ella Bush padre, Bush hijo
y Bill Clinton, ósea, presi y expresis de Estados Unidos aparecían juntitos los
tres, cual Santa Trinidad, ante el difunto Papa. Toda la plantilla de
justicieros en pleno, con caras muy serias y compungidas se postraban frente a
tan ilustre cadáver. Me preguntaba yo si tal postal se debía a una falta de vergüenza total y absoluta , o
a ese arrepentimiento sincero y último que sirve para obtener el perdón divino
y el salvoconducto al cielo.
Los dos mayores litigiadores de las últimas
décadas, aquellos que han enviado a matar y a morir, los que han iniciado
guerras, junto con aquel de la becaria, rendían su tributo al que su razón de
vida fue el respeto a la vida, el amor, y la paz. Tremendísima paradoja.
Voy a ser optimista y pensar que sí, que el
mensaje del Santo Pontífice ha llegado a todos, incluso a los corazones más
corroídos, y a las mentes más ambiciosas y perversas. Quiero creer que esta
despedida masiva es la respuesta a su mensaje. Que todos han entendido bien
cada una de sus palabras y de sus peticiones. Que a partir de ahora cada
dirigente de cada país, de cada pequeño estado va a dejarse la piel en seguir
su legado, en querer imitarle. Voy a convencerme de que todas esas visitas que
está recibiendo nuestro querido Papa responden a la interiorización de su
trabajo y no a una moda o a la corriente de las masas difícilmente
contrariables.
Si realmente todos aquellos que en estos días
están dedicando una minuto a elogiarle y a entronizarle han entendido su vida y
su obra, este mundo va a ser el paraíso en la tierra.
Pero no sé porqué me da a mí que no va a ser
así, que este va a ser otro de esos momentos en los poderosos aprovechan para
hacerse la foto, para quedar como respetables al reconocer a alguien grande y
realmente bueno, que los sabios consejos de este Papa quedarán en los libros y
en las memorias de los idealistas, como las de otros santos que pasaron por
aquí.
Desde mi modesta opinión, pienso que esto de
los grandes faustos no está mal, pero quizá el Santo Padre Karol Wojtyla se
sentiría más homenajeado si en nuestro yo más profundo atendiésemos su
testimonio, si nuestras obras y palabras llegasen a ser eco de toda su fatiga y
todo su esfuerzo.
Si viajó tanto, no fue para darse a conocer,
para acabar siendo famoso y vitoreado como estrella de cine. Si transmitió su
mensaje de paz y amor por la vida no fue para obtener el reconocimiento global
de su grandeza, que eso está bien, pero es tan sólo, como la guinda de un
pastel. Todo su cansancio se lo costeó para que cumpliésemos su doctrina y
confiásemos en su fe. Y eso sí es lo difícil y es lo que requiere esfuerzo. Al
fin y al cabo lo de hacerse la foto y dedicarle buenas palabras es cuestión de
minutos, horas o lo sumo unos días. Pero seguir su obra requiere toda una vida
de sacrificio, meditación y esfuerzo, toda una existencia de rendirnos ante el
Amor.
Cuando la Plaza de San Pedro se vacíe de
multitudes, cuando en las televisiones se terminen los documentales sobre Juan
Pablo II, cuando los fotógrafos apaguen sus cámaras y los periodistas sus
micrófonos, será entonces, cuando de verdad habrá que iniciar su homenaje. En
silencio y cada uno por su lado.
Será entonces cuando los presidentes deben
seguir rindiéndole honores.
¿Será entonces?
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