martes, 4 de agosto de 2015

TRANSPORTE PÚBLICO


Algo tan sencillo como el transporte público refleja las diferencias sociales, y deja al aire el diferente nivel adquisitivo de los vecinos de los distintos barrios de una ciudad. Yo, hasta hace poco, utilizaba en mi desplazamiento diario casa-trabajo, trabajo–casa, un autobús que unía dos distritos de los más pudientes en Madrid. Desde la zona del Santiago Bernabeu hasta el barrio de Salamanca me desplazaba mañaneramente y luego en el retorno, por la tarde. Pues bien, como digo, en este autobús el público estaba configurado por grupos varios. A saber: había un nutrido conjunto de pequeños uniformados, incluso algunos de pantalón corto en pleno invierno, que, acompañados de sus acorbatados papás o achaneladas mamás, se iban distribuyendo por los colegios privados de la calle Serrano y alrededores. También, formaban parte de los usuarios de esta línea multitud de jovencitas o no tan jovencitas, pero que se vestían como tales, ataviadas con modelitos muy acorde como dictan los sagrados tratados de las revistas femeninas. Ejecutivas junior, secretarias de dirección y otras de puestos semejantes se apelotonaban en la guagua, que diría un canario, impregnando el aire de aromas caros, muy caros y carísimos. Rellenaban el espacio autobusero jóvenes bien trajeados aspirantes a sillonazo de piel y despacho propio, y algún que otro ya propietario de este elenco, que despistado, tomaba ese día el autobús. Se dejaban ver, con sorprendente frecuencia, viejecitas enjutas, enjoyadas y empieladas, que se pegaban el madrugón, Dios sabe con el objetivo de cumplir qué imposponible tarea. Rebajas y visitas a amigas a hospitales principalmente, sospecho. Y por último, la limitada presencia de alguna extranjera que haciendo las veces de nanis, acompañaban a las bestiecillas repeinadas a sus escuelas y guarderías. Anotar, me queda, que en el autobús se leía mucho, la gente hundía sus narices en libros, novelas, informes o presentaciones para la oficina.



Este era mi escenario habitual hasta este otoño, pero por avatares de la vida, que hora no vienen a cuento, me vi trasladando mi residencia a un pueblo de los de Sur de Madrid, con lo que implica el Sur, que por mucho que se empeñen en atribuirle una racialidad y un temperamento, no deja de ser Sur y por lo tanto corto en cuestiones del vil metal. Pues como les digo, esta mudanza me obligó a tomar un medio de transporte bien distinto: el tren de cercanías. Y maravilleme desde el primer día, al percatarme de que el espectáculo era bien distinto, aunque ambos medios de transporte venían a converger al mismo punto, o sea, el paseo de Recoletos. En el tren de cercanías, máxime si viene del Sur, como es el caso, abunda también la secretaria, pero de otro tipo, a nivel auxiliar, con un look diferente. El pelo mucho más atrevido, con tintes evidentes y cortes arriesgados, pelos cargados de pinzas, orquillas y demás ornamentos capilares; sin quedarse cortas en maquillaje, para nada. La ropa también moderna, pero más de otro estilo y calidad, de Zara para abajo, mientras que en el bus se Serrano era de Zara para arriba. En fin, al menos un territorio en común. También se hacinan en el tren, los jóvenes universitarios, de los que estudian con beca o a golpe de euro ganado en el burguer, osea que de look nos olvidamos. Ellos tienen su apariencia, pero más descuidada, o aparentemente descuidada. Luego algún niño cargado con cartera, pero los menos, la verdad. Mucho encargado de logística, almacén, digamos, en cuanto al sector masculino. Los que trabajan en la obra me los encuentro a la tarde, al regreso, porque la partida, ellos, la hacen más temprana, pero imagino que serán el grueso de los primeros convoyes de la mañana. Esta gente, es de la que más respeto me inspiran, porque al vuelta de la jornada laboral, demuestran rotundamente su agotamiento. Cabecean apoyados en las ventanillas o dando la máxima extensión a sus pobres cuellos y dejando pender la testa de ellos. Sus manos honradas, que por lo común son enormes, aparecen llenas de yeso, pintura, grasa industrial, ... manchadas de todo, menos de vergüenza, como sí lo están otras más “limpias” y con manicura impecable. Este grupo de levantadores de inmuebles comienza a estar cada vez más nutrido de gente de fuera, de rumanos, polacos, africanos y algún que otro árabe. Etnias que también nutres las hordas de empleadas de hogar o limpiadoras varias. Por que si un color tiene el tren de cercanías, ese es el color de la inmigración. Batallones de inmigrantes, sobre todo de Sudamérica ocupan su escenario en el trajín diario de vías y andenes. Los varones se ven menos, porque quizá tiren de auto, o moto por aquello de que se ocupan muchos de mensajeros, pero las mujeres se presentan en un buen número y  están heredando ese imperio del servicio doméstico. Porque ya son las menos, aunque aún las hay, las señoras autóctonas que de bien temprano se ven en este mi tren de cercanías rumbo a su fregona o mocho. Se agrupan de dos en dos, o de tres en tres. Se conocen desde hace mucho, de llevar ya años haciendo lo mismo, llevando unas perrillas a casa, para sacar adelante la familia que con el sueldo del marido no llega, o sí, pero los chicos necesitan mucho. Este grupo también me enternece, porque escucho sus conversaciones, no por afán cotilla, sino porque es inevitable dado el volumen de sus charlas, y son conversaciones que me agradan porque hablan de la vida, tal y como es, sin adornos ni superficialidades. Suelen tener buen humor, y entre ellas se gastan sus bromas y sus chascarrillos, a pesar de andar con el “uro” que nos les da más de sí, y de trabajar como mulas para que se estire el cacho golfo de él. Y por supuesto, todo este público también lee, pero los periódicos de distribución gratuita que reparten a la entrada de la estación. Desde luego los hay de los que se dedican al libro, pero como las minorías en democracia cuentan poco, pues me llaman más la atención los rotativos que acaban rotando masivamente por los sillones y suelos del tren. Porque lo que aparentemente no cuesta no se aprecia ni se cuida, entre otras cosas.

Así que como habrán comprobado, el ambiente poco tiene que ver el uno con el otro, y los he intentado describir como he podio, o más bien como yo los percibos, que no deja de ser este análisis algo totalmente subjetivo y sin rigor científico. Pido disculpas si a alguien ofende, pues nada más lejos de mi intención. Al contrario, el máximo respeto para todos.

Ambos medios de transporte, como dije ya antes, confluyen en el mismo sitio, y una vez llegado al punto de trabajo, unos y otros se entremezclaran y unos serán necesarios para los otros y viceversa. Simbiosis que se llama. Luego cuando llegue el crepúsculo y cada cual coja su medio para regresar a sus casas, las vidas fluirán por sus caminos bien distintos, unos caminos que parten desde ya el mismo momento en el que toman el medio de transporte.

A unos y otros felicidad, y larga vida.

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