martes, 4 de agosto de 2015

LA FUENTE DE LA MADUREZ



La madurez es un engaño, una treta en la que la mayoría caen, y por rabia someten al resto a que caiga también. Es como lo de la estampita, pero más sofisticado y extendido. Para que un engaño siga vigente durante tanto tiempo es necesario que pase de padres a hijos como una herencia, como un legado, haciendo que parezca algo necesario y justo. Yo ando a puertas de convencerme, pero no me acabo de fiar del todo. A veces es más fácil soportar los topetazos de la vida siendo eso que llaman maduro, y en otras las herramientas infantiles son las que te salvan de morir asfixiado o loco.


En mi pueblo. No. En el mío no. Mejor aún, en el de mis padres están cambiando cosas. Cosas de fuera. Me explico. Resulta que llevan unos años con subvenciones de esto y de lo otro, y se han puesto a remodelar la estética que ha sobrevivido a años de injurias y pesares. Así que empezaron por asfaltar las pocas calles, impidiendo así que mis pies se mancharan con el polvo rojo de la tierra que tiñó mis blancos calcetines de niña. Luego cambiaron las tenues luces de las farolas, que de noche permitieron los primeros besos a escondidas de adolescente; y ahora le ha tocado a la fuente, corazón del villorrio, alma de lo que han sido mis recuerdos más tiernos. Protagonista de tantas y tantas fotos estivales, en las que nosotros cambiábamos mientras que ella seguía perenne.


He sentido pena al saberlo. No me ha gustado un pelo que me quieran borrar a golpe de pico y pala lo que para mí es referente de ilusión, de paz y de calma. Cuantas veces bebí de sus caños, y cuantas historias a sus espalda contadas, vividas.


Ella vetusta y sobria, me ha visto crecer verano tras verano. Esperándome sola y triste en invierno, y recibiéndome generosa y fresca en el calor de agosto.


Primero mi arriesgado trepar para alcanzar sus caños, muy de chica, cuando las rodillas dolían llenas de costras al apoyarte en su pétrea piel. Más tarde vinieron las noches en vela, descubriendo que hay muchas más estrellas en los cielos oscuros y apartados, y que en silencio observándolas, se siente el alma dentro, como una madre el hijo en el vientre. No tardaron sus gélidas aguas en refrescar botellas de fiestas, jolgorios y risas. Y cómo no, fue la que guardó el secreto de confidencias, de los primeros amores, esos que te descubren un mundo nuevo de placer y pesar intensos.


Pues esa fuente es la que me quieren quitar, porque resulta que han decidido que otra nueva estaría mejor, con un diseño más moderno. Una composición más “minimalista”, sin pilón a la espalda, porque a falta de qué tal estorbo si ya el ganado que en él abrevaba ya no está ni criando malvas. Y aunque ya hace grietas, eso de la restauración no es cosa de mentes iluminadas, y mejor cortar por lo sano, tirarla entera y poner un su lugar una de esas que hay de tantas en mil sitios. De esas sin años, sin pasado, sin recuerdo.



Es un complot contra mí, a fuerza de ponerme cada vez cada vez más contra las cuerdas, y sin referentes de mi niñez me van a dejar abandonada en las garras de la madurez, para que me entregue sin oponer resistencia. ¿Y qué hacer cuando eche la vista atrás, y no la vea así nítida, cantarina, cuando pueda oír el chaporreteo del agua salpicando en la piedra? ¿Qué haré cuando vaya en su búsqueda y no la halle? Sólo en mi memoria permanecerá eterna, viéndome sobre ella los pies descalzos sin más que hacer que contemplar el monte. Ese trozo de piedra pulida por el paso del agua es el vestigio de mi infancia; y si la madurez me acaba por vencer, no me cogerá antes de haber luchado fiera contra ella, y aún así, quizá me guarde una baza, una carta, y cuando vea a la nueva, me sentaré a sus vera, y una de esas noches, de verano, cuando el cielo parece el refugio más seguro y la luna anda recia, la hablaré de bajito y la contaré mis historias de antaño, cuando la fe es ciega y las fauces del desengaño andan lejos y no sabes de ellas, cual de los fantasmas, más que por dichos, más que por leyendas.






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