martes, 4 de agosto de 2015

AMOR DE MASAS


Paseando a mi perro, por el parque, y pensando en el amor, me he topado con una pareja de ancianos que iban entrelazados del brazo. Octogenarios, próximos a los noventa quizá. Iban tiernamente cogidos, caminando muy despacio, pequeños de estatura al igual que un diminuto perrillo que les seguía. De la misma manera de avanzada edad el can. Iba el chucho sin atar, pero unido a ellos por un lazo de lealtad y fidelidad tan fuerte como el que la pareja de ancianos exhibía.

Me he topado con la respuesta. Así de bruces. Eso es el amor. Esas tres figuras juntas lo son. Me he imaginado que la pareja llevaría toda la vida juntos. Aguantando decenas de inconvenientes, de pesares. Habrán convivido y compartido penas y alegrías, y a pesar de todas las zancadillas que la fortuna haya puesto en su camino, ahí siguen paseando cogidos del brazo, exhumando un amor tan grande que les sobra para atraer a la pequeña criatura que les sigue sin necesidad de correa ninguna.
Y quién busque otra cosa, está perdiendo el tiempo. Quién crea que el amor son las historias que cuentan en las películas se pierde. Historias llenas de rosas y pasión.

Hoy en día, las páginas de Internet para conocer gente con la que entablar una relación amorosa son todo un éxito. Abundantes y variadas. Vivimos inmersos en la individualidad y el egoísmo, y pretendemos encontrar alguien que nos aporte toda esa maravilla que se supone que existe, pero sin dar nada a cambio. Sin bajar un peldaño de nuestra comodidad, sin desprendernos un ápice de nuestros deleites, pretendemos ser ungidos con la dicha del amor verdadero. Y así, bajo esta fórmula egocéntrica sólo encontramos mercadería de intercambio de personas. Placer rápido y sin compromiso. Satisfacción exprés que deja el cuerpo lleno, pero el corazón vacío.

Buscando la perfección de un amor platónico, nos conformamos con baratijas, cambiando de individuo con una mecanización en las relaciones interpersonales que despojada de toda humanidad. Es el amor de masas, donde cada uno acaba por fundirse en el grupo y deja de ser, de sentir. Se banalizan las emociones. Se pierde todo significado.

 Esta noche. Que es sábado. Múltiples parejas se entregarán a prácticas sexuales variadas y aprendidas, casi impuestas en esta sociedad de consumo, donde lo material y la cantidad prima. De manera compulsiva se buscarán unos a los otros. Gente buscando gente en la que ahogar la soledad y el vacío. Deseando el encuentro con alguien que nos haga sentir grandes, eternos. Pero sólo unas pocas personas elegidas, tendrán la suerte de entrelazar sus manos y sentir calor. Sentir el alma llena y plena. Sentirán la dicha de la felicidad cotidiana, del caminar lento cogido del brazo.

Y yo a mi edad, en la que quizá debería estar soñando con un cuerpo hercúleo que me desmembrara a puro de embistes contra el colchón, sueño, y añoro, un brazo al que asirme, un compañero que aguante mis penas y yo ser capaz de aguantar las suyas. Y ser ambos dignos de ser seguidos por un perrillo fiel. Y así los tres deshojar los días de la vida, acompañados y seguros dirigirnos hacia el último umbral, sin miedo y con paz rebosando en el alma.

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