martes, 4 de agosto de 2015

LAS CARTAS



Hoy en día ya no se escribe, quiero decir, que ya nadie envía cartas a nadie. Bueno, los bancos sí, pero no es lo mismo.


Antes era una alegría acercarse al buzón para comprobar si alguien de aquellos que tenemos lejos se había acordado de nosotros, aunque fuese para mal. Es cierto que ahora está lo del móvil, los mensajitos con iconos, el teléfono, el chat, pero insisto en que no es igual.


Las cartas de antes, tenían vida propia, y alma, el alma que le imprimía el emisor con su puño y letra, y que se elaboran con lentitud pensando y meditando lo que uno quería decir. Unas eran alegres y trataban de amor, de los anhelos de estar juntos, otras eran tristes y comunicaban enfermedades, defunciones. Lo hacían con toda la carga emocional que implica el momento de acuñar o descifrar un mensaje.


¿Cómo comparar aquellas misivas escritas con tinta de letra curva y pausada, con los fríos caracteres impresos por las máquinas?
Los carteros de ahora, ya ni se llaman así, sino funcionarios de Correos, hacen su trabajo de manera autómata, deseando cumplir el horario para marchar a casa; mientras que la labor de los mensajeros de antes, era tan artesanal y personal que cada uno le aportaba su propio estilo, se identificaba con su labor y los vecinos le tenían en alta estima. Si la población no era muy grande se llegaba a conocer a cada uno de los lugareños y lo que cada cual estaba esperando. Así que el cartero, se sentía un poco responsable como transportista que era de esperanzas, de duelos, de alegrías o penas.
Quizá los buzones fueran más herrumbrosos, incluso muchas casas ni tenían y recibían en mano todo aquello que alguien tenía a bien el enviarles, pero gozaban de un contenido prodigioso, de verdaderos tesoros. ¿Pues acaso no eran los bienes más preciados para las personas aquellas que obligadas a la lejanía del ser querido, tenían aquellos pedazos de papel como su objeto más valioso? Aquellos papeles, tocados, acariciados, y a veces humedecidos por las lágrimas de emisores y receptores, eran el testimonio en celulosa y tinta del sentir de mucha gente.En la actualidad las llamadas son tan espontáneas y la palabra en voz tan efímera que no produce los mismos efectos. Tampoco lo hacen las impersonales letras todas iguales, palabras de impresoras o las digitalizadas en pantallitas con iconos alrededor.
Las misivas, de cuando les cuento, eran entes vivos, con el aroma que dejaba el que las escribía bien intencionadamente, al arrojarles una ráfaga de perfume, o con otros que quedaban impregnados sin uno querer.

El hijo que escribía al padre desde un puesto de guardia en pleno conflicto bélico, no podía por menos que dejarle manchas de barro que luego llegarían a casa y supondrían lo más amado por aquellos que le esperaban.


Esas letras testigo de la vida de nuestros amigos, de sus minutos que gastaron pensando en nosotros, eran fuente de ilusión diaria al abrir el chirriante buzón.


¿Acaso, no arriesgarían un mordisco de chucho, muchos de los que hoy arrastran los carritos rebosantes de publicidad de grandes almacenes, por franquear una verja sintiéndose los porteadores de tales tesoros, los responsables de la dicha o la infelicidad de su vecino?Cartas, tristes y pobres cartas, que resisten empaquetas en viejos trasteros, en arcas.


En esta época en la que todo es efímero no las tenemos en cuenta, las hemos relegado a vetustos cajones en los escritorios del olvido, cuando fueron antaño el hilo que mantuvo con vida los sueños y quimeras de la gente, cuando fueron la razón por la que se hicieron soportables tantas esperas, tantas ausencias. Cualquier joven de hoy cambiaria seguro, un : “In love you” breve y acompañado de carita alegre al uso, por una extensa carta fraguada al abrigo de una tenue luz en la oscuridad y el silencio de la noche, cuando el alma canta y susurra todos sus secretos al oído de los enamorados. Aquellas obras que eran inspiración del sentir y que se tejieron en las cartas no podrán quizá ganarle la guerra a la tecnología ni a la tiranía del “ahora todo”, pero nunca nada podrá alcanzar la grandeza de cuando ellas reinaban y viajaban en sacos en busca de quienes les esperaban como el que espera respirar para alcanzar a vivir un día más.










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