Somos una buena
hornada los que venimos del baby-boom,
de la década de los sesenta y setenta.
Tuvimos, siempre hablando en términos generalista, una infancia feliz.
Hijos de la prosperidad, del crecimiento económico, de una época dorada en la
que se pasó de las alpargatas al seiscientos. Fuimos educados bajo la tutela de
los principios y los valores; de la generosidad a raudales, la moralidad, el
buen rollo, la ética y el ecologismo. La abeja Maya , los ositos Jackie y Nuca, Félix
Rodríguez de la Fuente,… por el lado mediático, y los profesores, que aún eran
profesores, por otro, amén de los padres, enseñaban respeto, tolerancia,
fidelidad y todas esas cosas que nos han convertido en una ingente masa de corderitos.
Todo esto sería perfecto, sino fuese por un pequeño detalle, y es que, este
mundo no es manso, sino más bien, territorio de lobos. Y por consiguiente, así
nos va.
Yo estoy muy
sorprendida, observando como nos dan una tras de otra, y vamos encajándolas de
tal modo que parece que nuestro flexibilidad para tolerar tiranía no tiene
límites. Pero lejos de reaccionar, ponemos la otra mejilla y seguimos adelante.
Sin manifestarnos, sin luchar, sin quejarnos, sin patalear, sin chillar.
Otras
generaciones han batallado para conseguir derechos que ahora disfrutamos, y habiendo
llegado a cierto nivel de comodidad, en lugar de coger el testigo y seguir para
adelante, nos hemos conformado y nos hemos tendido al sol. No se puede dormir
en los laureles, porque siempre está el que aprovecha los descuidos para
lucrarse, para enriquecerse a costa de los sacrificios ajenos. Para medrar
gracias a las injusticias cometidas, y que nosotros permitimos que nos cometan.
Y muy denunciable es el injusto, pero tanto o más lo es el que permite que se
le agravie, y que se perpetre en él la fechoría, pues con esta actitud
permisiva se contribuye activamente a la continuidad y engorde de la
injusticia.
La mía
generación, se ha hacinado en universidades y ha peleado duro para conseguir
una formación que ahora no le reporta el beneficio esperado. Se ha tenido que
conformar con sueldos irrisorios, con contratos precarios, con jornadas de sol
a sol que no permiten una vida familiar conciliadora. Con puestos de trabajo
por debajo de la
cualificación. No. Además nos han puesto la vivienda a precio
de oro, y nos han esclavizado de por vida a unas hipotecas que nos deja
impotentes ante el abuso laboral.
Sin embargo,
seguimos callados y pacientes, conformándonos con un viajecito en vacaciones y
los partidos de la liga. Con
unos trapitos en rebajas y los cotilleos de los programas basura. Y mientras,
construimos una sociedad más vacía, infeliz, despojada de objetivos, de futuro,
de principios, de libertad y de dignidad.
No soy
belicista, no apelo a las armas, pero una manifestación, una denuncia, de vez
en cuando, no nos vendría nada mal. Romper
la pasividad y la resignación corderil, y luchar simplemente por nuestros
derechos, el derecho a una vivienda asequible, a un empleo digno, y a una vida
más sana y cuerda.
No podemos seguir en silencio, porque con él asesinamos nuestro futuro. Callando nos convertimos en presa fácil, en corderos listos para su depredación
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